La loca historia del primer chileno en el Dakar 

Mucho antes que Carlo de Gavardo, el empresario Pedro Palacios corrió la clásica prueba en 1991. Su bitácora incluye un secuestro colectivo, una bolsa de dólares quemada, el peor navegante de la historia y la mítica llegada al lago Rosa… en tanqueta. 
RODRIGO FLUXÁ N.
 
     Tras mucho pelear, a mediados de 1990 el empresario Pedro Palacios logró salir de un hoyo financiero angustiante. Para celebrar y para cerrar una mala etapa decidió darse un gusto inusual: correr el París-Dakar. 

     La idea le extrañó a todo el mundo: por esos años la carrera era muy poco conocida en Chile y a nivel mundial tampoco tenía el impacto de hoy. Pero la menos sorprendida fue su familia, ya acostumbrada a sus excentricidades. 

     «No sé bien qué me dio… Me pareció una buena aventura y estaba económicamente en pie de hacerlo. Así que me lancé», rememora. 

     La preparación fue muy larga. Palacios partió a Francia por más de un mes para ver los detalles de su auto, un Mitsubishi Ralliart. El presupuesto era enorme para la época: la gracia le saldría casi 200 mil dólares. 

     Decir que sus conocimientos en la especialidad eran nulos no es exagerado: con pasado de motociclista aficionado, jamás había manejado un auto competitivamente, no sabía leer una hoja de ruta ni menos se había sometido a una carrera de dos semanas. 

     En Santiago, poco antes de partir, conoció al francés Jean Phillipe Schmuck, quien se le presentó como experto en rally.
     «Hablaba muy lindo y seguro. Me hablaba de los bivouac, de los aviones. Me dio muchos consejos, desde cosas mecánicas hasta cómo armar la maleta. Me dijo que, por el calor, lo mejor era llevar muchas hawaianas». 

     En Clermont Ferrand, partida protocolar de ese año, les vio los pies al resto de los participantes y sospechó que algo andaba mal. 

     En Trípoli, capital de Libia y largada de la primera etapa, corroboró sus sospechas. «Le dije que manejara la primera etapa y me dijo que no sabía manejar. Le dije que leyera el road book, y tampoco sabía. Le pregunté si sabía algo de mecánica y me dijo que no. El tipo era un mitómano y yo, que con suerte anduve antes en dunas de playa, era el único ‘pelotudo’ que iba a intentar completar el Dakar solo». 

     La largada en Trípoli fue de película. Un día antes de partir y con visita del Presidente Muammar Gaddafi en medio, la caravana estuvo varias horas «retenida» en un estadio, en una época en que Libia era sospechosa de varios atentados terroristas. 
     «Yo miraba y había tipos con metralletas cada diez metros. Fue muy tenso: en el fondo estábamos secuestrados. La organización estaba nerviosa, pero al parecer lograron a un acuerdo», asegura. 

     Ya en carrera, cada día era una aventura. Sin saber leer la hoja de ruta, Palacios se dedicaba a seguir las huellas de los otros autos. El problema se agudizó con el paso de los días: cada vez abandonaban más competidores, casi todos del grupo de retaguardia, que integraba el chileno.
 
     Palacios asomaba por el campamento siempre entrada la noche, no llegaba a la cena y dormía tres horas. 
     «El cuarto día rompí el eje y me quedé tirado en el medio de desierto con el francés. De repente empezaron a aparecer tipos con metralletas. El francés estaba muy asustado y me dije: ‘hasta acá llegamos’. Me acerqué a uno y me dijo que estaban ahí para cuidarnos. Justo llegó un tipo capo, que nos ayudó a arreglar para poder seguir». 

     El desgaste físico para alguien no habituado a la alta competencia -ni a la competencia en general- fue devastador: durante los primeros días armaba la carpa para dormir, pero en la segunda semana ya llegaba y pernoctaba a la intemperie en su saco de dormir. 

     En el día 13, cerca de Tombuctú (Malí), cuando lo peor de la carrera ya había pasado, Palacios manejaba plácidamente por una etapa llana, cuando lo pasaron cuatro vehículos y se levantó una gran nube de polvo. Al recuperar la visibilidad, se encontró de frente con la única roca en kilómetros a la redonda. 
     «Nos dimos varias vueltas de campana, salimos muy mareados. El francés decía: merde, merde, merde. Alcanzamos a salir justo y minutos después se empezó a quemar». 

     En el incendio se fueron todas las fotos de la aventura y una bolsa con casi 25 mil dólares, dinero con que se movía por parajes sin cajeros automáticos. El auto, que había comprado, quedó ahí botado y el seguro le devolvió 30 mil dólares por la mitad del valor. 

     Ya a pie y tan cerca de Dakar, donde lo esperaban reservas de hotel y el vuelo de regreso, el chileno siguió con la caravana. Y llegó al lago Rosa cruzando la meta simbólica arriba de una tanqueta, con otros desconocidos que dejaron todo botado para irse dos semanas a África. Ahí lloró abrazado de gente que no volvió a ver más. 

     «¿En qué lugar iba? No tengo idea, ni me interesaba, lo hacía por otra cosa». 

     Palacios fue quien le metió la idea de ir al Dakar a De Gavardo en 1996.

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http://diario.elmercurio.cl/2008/12/28/deportes/automovilismo/noticias/5450c87a-7b77-4a65-b4b5-1eb3c82bc123.htm